sábado, 29 de septiembre de 2012

El agua



A media noche desperté.
Toda la casa navegaba.
Era la lluvia con la lluvia
de la postrera madrugada.
Toda la casa era silencio,
y eran silencio las montañas
de aquella noche. No se oía
sino caer el agua.

Me vi despierto a medianoche
buscando a tientas la ventana;
pero en la casa y sobre el mundo
no había hermanos, madre, nada.

Y hacia el espacio oscuro y frío
y frío el barco caminaba
conmigo. ¿Quién movía
todas las velas solitarias?

Nadie me dijo que saliera.
Nadie me dijo que me entrara,
y adentro, adentro de mí mismo
me retiré: toda la casa.

Me vio en el tiempo que yo fui,
y en el seré la vi lejana,
y ya no pude reclinar
mi juventud sobre la almohada.

A medianoche busqué
mientras la casa navegaba.
Y sobre el mundo no se oyó
sino caer el agua

Miguel Arteche.

Trenes de la noche

ANDENES




ANDENES

Te gusta llegar a la estación
cuando el reloj de pared tictaquea,
tictaquea en la oficina del jefe-estación.
Cuando la tarde cierra sus párpados
de viajera fatigada
y los rieles ya se pierden
bajo el hollín de la oscuridad.

Te gusta quedarte en la estación desierta
cuando no puedes abolir la memoria,
como las nubes de vapor
los contornos de las locomotoras,
y te gusta ver pasar el viento
que silba como un vagabundo
aburrido de caminar sobre los rieles.

Tictaqueo del reloj. Ves de nuevo
los pueblos cuyos nombres nunca aprendiste,
el pueblo donde querías llegar
como el niño el día de su cumpleaños
y los viajes de vuelta de vacaciones
cuando eras -para los parientes que te esperaban-
sólo un alumno fracasado con olor a cerveza.

Tictaqueo del reloj. El jefe-estación
juega un solitario. El reloj sigue diciendo
que la noche es el único tren
que puede llegar a este pueblo,
y a ti te gusta estar inmóvil escuchándolo
mientras el hollín de la oscuridad
hace desaparecer los durmientes de la vía.


De El árbol de la memoria,1961
También en: Los dominios perdidos, 1992.
Versión corregida aquí consignada.

Un desconocido silba en el bosque



 Un desconocido silba en el bosque.
 Los patios se llenan de niebla.
 El padre lee un cuento de hadas
 y el hermano muerto escucha tras la puerta.

 Se apaga en la ventana la bujía que nos señalaba el camino.
 No hallábamos la hora de volver a casa,
 pero nos detenemos sin saber dónde ir
 cuando un desconocido silba en el bosque.

 Detrás de nuestros párpados surge el invierno
 trayendo una nieve que no es de este mundo
 y que borra nuestras huellas y las huellas del sol
 cuando un desconocido silba en el bosque.

 Debíamos decir que ya no nos esperen,
 pero hemos cambiado de lenguaje
 y nadie podrá comprender a los que oímos
 a un desconocido silbar en el bosque.

 Jorge Teillier