viernes, 27 de abril de 2012

CUANDO VIVÍAS EN LA CASTELLANA




Cuando vivías en la Castellana
usabas un perfume tan amargo
que mis manos sufrían al rozarte
y se me ahogaban de melancolía.
Si íbamos a cenar, o si las gordas
daban alguna fiesta, tu perfume
lo echaba a perder todo. No sé dónde
compraste aquel extracto de tragedia,
aquel ácido aroma de martirio.
Lo que sé es que lo huelo todavía
cuando paseo por la Castellana
muerto de amor, junto al antiguo hipódromo,
y me sigue matando su veneno.


Luis Alberto de Cuenca

El encuentro



 En Salamanca, el último noviembre,
te encontré por la calle, tan delgada
como entonces, pero con más arrugas.
Dabas clase de no sé qué muy raro
(textología, por ejemplo) y eras
muy feliz explicando a tus alumnos
lo divino y lo humano. Me dijiste
que tus hijos quedaron en Madrid,
con su padre, y que sólo los veías
-ya eran mayores- tres o cuatro veces
al año; que te habías doctorado
(¡por fin!) y que ahora sólo te faltaba
ser funcionaria para ver el mundo
desde el lugar que merecías.

Yo te dije que bueno, que pasaba
por allí casualmente, que tenía
un amigo escritor en Salamanca
y que había venido a visitarlo.
Tú me dijiste: “¿Tienes mucha prisa
o podemos tomarnos algo juntos?”
 Después de muchas copas, con el alba
siguiendo nuestra pista, te lo dije: “
desde entonces no ha habido otra mujer.”
Y en mi interior bullía la mentira
al alimón con el deseo, y todo
-aquel horrible bar, tú y yo, la noche-
era tan esperpéntico y absurdo
que se parecía a la vida.

 L.A. de Cuenca

NUESTRA VECINA




 NUESTRA VECINA

(A Javier del Prado)

Tiene, Javier, nuestra vecina un talle
que resucita a un muerto, y unos ojos
que derriten el plomo y dan antojos
a quien se los tropieza por la calle.

Hay que trazar un plan que no nos falle
para descerrajarle los cerrojos
y pasear en triunfo sus despojos
cuidando hasta el más mínimo detalle.

Tú en el portal y yo en el descansillo,
siempre al acecho, cristalina media
velándonos la cara y un cuchillo

afilado. Si Dios no lo remedia,
de la vecina haremos picadillo
y de un cuento vulgar una tragedia.

Luis Alberto de Cuenca

Farai un vers de dreyt nien




Sobre ti, sobre mí, sobre el infierno
de nuestro amor y sobre el paraíso
de nuestro amor, sobre el milagro inútil
de haberte conocido y el abismo
de haber viajado al alba y al crepúsculo
con un monstruo tan dulce y tan dañino,
sobre la huella que dejó tu cuerpo
en mi cama y en todos mis sentidos,
sobre el vestido negro ribeteado
de encaje con que andabas por el filo
de la traición, sobre tu piel blanquísima
y sobre el tiempo que perdí contigo....
Sobre todas las cosas que anteceden
y sobre nada (¿acaso no es lo mismo?)
escribiré un poema, recordando
la canción de Guillermo, con el frío 
de la distancia y con la sensación
de no haberlas vivido.

Luis Alberto de Cuenca
(Sin miedo ni esperanza, 2002)



El título de este poema procede del primer verso de la Canción IV de Guillermo IX, duque de Aquitania (uno de los primeros poetas provenzales), que es mencionado por Luis Alberto de Cuenca al final de la composición. Reproducimos a continuación la primera estrofa, en su versión original y en la traducción del propio Luis Alberto de Cuenca y de Miguel Ángel Elvira.

Farai un vers de dreyt nien:                    
non er de mi ni d'autra gen,                   
non er d'amor ni de joven,                     
 ni de ren au,
qu'enans fo trobatz en durmen
sus un chivau.

Haré un poema de la pura nada.
No tratará de mí ni de otra gente.
No celebrará amor ni juventud
ni cosa alguna,
sino que fue compuesto durmiendo
sobre un caballo.

Este y otros poemas de Luis Alberto de Cuenca se pueden escuchar interpretados por Loquillo en el disco titulado Su nombre era el de todas las mujeres (2011, Warner Music Spain SL).

A Alicia, disfrazada de Leia Organa








Si sólo fuera porque a todas horas
tu cerebro se funde con el mío;
si sólo fuera porque mi vacío
lo llenas con tus naves invasoras.

Si sólo fuera porque me enamoras
a golpe de sonámbulo extravío;
si sólo fuera porque en ti confío,
princesa de galácticas auroras.

Si sólo fuera porque tú me quieres
y yo te quiero a ti, y en nada creo
que no sea el amor con que me hieres...

Pero es que hay, además, esa mirada
con que premian tus ojos mi deseo,
y tu cuerpo de reina esclavizada.







Intérprete: Loquillo
Autor: Luis Alberto de Cuenca
Título: A Alicia, Disfrazada De Leia Organa
Albúm: Su Nombre Era El De Todas Las Mujeres
Pista: 7
Discográfica: 
Año: 2011

Su nombre era el de todas las mujeres







Era una criatura detestable
en el plano moral, un ser abyecto,
una abominación lovecraftiana.
No era tampoco guapa, ni atractiva,
ni graciosa, ni joven, ni simpática.
Era un montón perverso de basura.
pero fuieste tan imbecil que por ella
dejaste a la que amabas y vendiste

tu alma en los bazares de la noche.

Era todo tan triste y tan absurdo.
No vivías apenas te colgabas
de la pared de la melancolía
y veías pasar las lentas horas
que hacia nada conducen y hacia nunca.
Las mujeres te habían retirado
su protección, los dioses su asistencia
y la literatura su cobijo.

Fueron tiempos difíciles aquellos,

La olvidé por completo para siempre
(o eso creía entonces) me cruzaba
con ella por la calle y no era ella
quien se paraba en un escaparate
de ropa deportiva, no era ella
quien compraba el periódico en un quiosco
y se perdía entre la muchedumbre
como si hubiera muerto, no era ella

Su Nombre era el de todas las mujeres.


Intérprete: Loquillo
Autor: Luis Alberto de Cuenca / Musica: Gabriel Sopeña
Título: Su Nombre Era El De Todas Las Mujeres (Album De Recortes)
Albúm: Su Nombre Era El De Todas Las Mujeres
Pista: 10
Discográfica: Warner Music
Año: 2011


JULIA REIS






Yo conocí tu época dorada,
aquellos años de estudiante en Cádiz,
cuando tú frecuentabas los suburbios
peores, los bares más inhóspitos.
Entonces era fácil encontrarte
en las sesiones últimas de cine,
bajo cualquier portal o en el asiento
trasero de algún coche abandonado.
Y también te recuerdo, sobre todo,
momentos antes de empezar la fiesta,
de pie y muy morena preparando
inexplicables cócteles, martinis...
Mis amigos sabían ya del turbio,
inextinguible fuego de tus labios,
y yo no supe hablarte o no lo hice
esperando quizás mejor momento.
Y me arrepiento ahora, Julia Reis,
tierno amor sin amparo, fácil presa
de los perdidos barcos de la noche.

José Mateos (Un extraña ciudad. Renacimiento)