(A Javier del Prado)
Tiene, Javier, nuestra vecina un talle
que resucita a un muerto, y unos ojos
que derriten el plomo y dan antojos
a quien se los tropieza por la calle.
Hay que trazar un plan que no nos falle
para descerrajarle los cerrojos
y pasear en triunfo sus despojos
cuidando hasta el más mínimo detalle.
Tú en el portal y yo en el descansillo,
siempre al acecho, cristalina media
velándonos la cara y un cuchillo
afilado. Si Dios no lo remedia,
de la vecina haremos picadillo
y de un cuento vulgar una tragedia.
Luis Alberto de Cuenca
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